Me encanta
cuando la gente, autodenominada adulta, empiezan a echarse las culpas los unos
a los otros, en vez de tomar responsabilidades de lo que hacen/dicen.
Me encanta
verlo, sentarme en una poltrona y comer palomitas.
Cuando veo
este tipo de comportamiento me recuerda cuando era chiquitín, recuerdo casi
como en sueños, borroso, sin conseguir definir las caras ya extintas de los compañeros
de colegio, recuerdo de cuando tenía 6, 7 y 8 años. Cuando algún compañero
intentaba alardear de algo que “a lo mejor” el otro carecía o no tenía (las
disputas por “yo tengo tele y tu no!”, estaban casi a la orden del día), en
especial me llega a la memoria el típico comportamiento de cuando no se puede
discutir con el “chinchoso” y su cancioneta de “yotengo, yotengo, yotengo”, cuando
el otro saltaban con aquello de “y tu tienes la cara sucia!”, y en especial con
la respuesta del chinchoso con aquella frase en la que podían enzarzarse durante
la media hora del recreo con el “pues tu más!”.
Cuando esto
lo veo en la televisión, con gente con más de 30 años tirándose los trastos
verbales a diestro y siniestro entre ellos, me da pena, incluso nauseas, de que
un elemento como es este medio, que puede servir para enseñar el bien a la
gente, sólo nos enseñe lo malo y negativo de la asquerosa sociedad en la que
vivimos.
Pero cuando
realmente disfruto viéndolo, es cuando gente que se autodenomina adulta, lo
hace de forma sistemática en contra de todo aquel que no piensa, dice y actúa
de la forma que ellos quieren y empiezan echándoles las culpas de que todo va
mal, gracias a su postura “encorsetada” (y utilizo esta palabra, ya que me hizo
mucha gracia en su día, cuando me la dijo alguien que posteriormente ha
demostrado ser más conservador que un operario apretando tornillos durante 30
años). Me encanta ver como empiezan una discusión de diálogo de besugos, ver
como solos, al mejor estilo de monólogo de los no-humorista del “Club de la
Comedia”, empiezan a soltar lindezas, faltas de respeto, se autocontestan ellos
solos y, sin que el otro haya abierto la boca para nada, juran y perjuran que
se les está insultando y contestando mal.
Esto, en mi
época adolescente, de eso hace casi 35 años, se llamaba “disputas de patio de
colegio”.
Parece ser
que hay gente que con estas disputas de patio de colegio, disfrutan y pretenden
hacerse una reputación, contraria a la que al final consiguen, aunque las
culpas de que esto último suceda, siempre son de otro y nunca por lo ellos
puedan llegar a hacer. El echarle las culpas de todo lo que pasa a otro, por el
simple hecho de no querer reconocer sus limitaciones, responsabilidades o
“meteduras de patas”, parece ser que es demasiado habitual últimamente. Y el
gobierno de España ayuda mucho a que así pase, francamente, ya que parece ser
que como ellos lo hacen, es permisivo para todos los estamentos sociales de
este país de pandereta y mantilla.
El “ahora no
te ajunto” y “ahora te ajunto”, algo que la mayoría de niños hacíamos de
pequeños, muchos lo hacían más por interés (el otro tenía un juguete “superguai”),
era de primera instancia… y hoy parece ser que también.
Muchos de los
adultos de hoy (por edad física, pero no mental), en cuanto no les salen bien
las cosas, tal como lo habían diseñado en sus sueños, tal como debía de ser
para poder dar el siguiente paso, inicia una pataletas de niño chico, llegando
a la falta de respeto e insulto, así iniciar un griterío ensordecedor monotono
(creo que se piensan que en cuanto más chillan, más razón tendrán, aunque no
sea cierto lo que dicen). Les sienta muy mal que las cosas no les salgan, tal y
como ellos las habían ideado y diseñado en su cabeza. Las variaciones y las
improvisaciones a ellos no les sirven. No les sirve y les incomoda en exceso. Flexibilidad
no existe en su diccionario.
Una de las
peleas de patio más habituales de estos adultos/niños, son los intentos de
convencer a todo el mundo de algo que ellos han sido los primeros en algo, que
son los “más mejores” en una actividad, que es “exclusivo de ellos”, más cuando
es sabido por mucha gente que lleva tiempo siendo realizado por otra gente y
que los hay mucho mejores que ellos. Ponerse las medallas ajenas es su máxima,
su ilusión, el Top parade de los más cool,
lo moderno, lo que está de moda. Si alguien lo descubre, es un pobre loco sin
seso que no sabe distinguir “un botijo de un caramelo”. Pero si hay personas
inocentes, confiadas, crédulas que desconocen que otros ya lo hayan hecho
antes, no les importa, y menos aun que lo averigüen más tarde, siempre que
consigan esa corte palaciega dispuesta a adularlos por un tiempo aunque sea
corto. Cuando esta corte de acólitos desaparece, la culpa siempre recaerá en otra
agente, amigos o enemigos, con tal de no reconocer lo que han hecho mal.
Igual que
cuando éramos niños, siempre podremos encontrarnos al individuo o individua que
quiere aparentar que son más que otros, que se merecen la fama antes que los
otros, que el dinero les corresponde a ellos y no a otros, pero sin querer
hacer el esfuerzo, el trabajo y la responsabilidad que ello conlleva. Lo
quieren por Loreal, “porque yo lo valgo”.
Igual que cuando
éramos pequeños, estos adultos no crecidos disfrutan y se crecen echando en
cara sus logros conseguidos, los de verdad, por minúsculos y ridículos que sean
(y la mayoría, ridículos, lo son y mucho), como si fuesen los únicos que lo han
hecho en la vida, los únicos merecedores del premio Guinness. Y como desprecian
a los demás cuando estos consiguen cosas que ellos no han conseguido, bien sea
fama, dinero, reconocimiento o, simplemente, amistades. Y si estos saben que
alguna de estas cosas no lo conseguirán nunca,… bueeeenoooo!! Ya ni os cuento;
desprecio, falta de respeto, pueden llegar a gastar su tiempo libre, sus
esfuerzos y recursos en conseguir que esa persona sea repudiada por mucha
gente.
Y sobre
todo, cuando algo les sale mal, dicen que son los demás que lo han provocando,
diciendo que son el objetivo de una conspiración judeo-masónica internacional
capitaneada por Pepito Pérez, como mínimo,… llorones que no quieren
responsabilizarse de nada.
Papá Vader
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