Antes del confinamiento por la
pandemia, los individuos e individuas con menos escrúpulos y con menos empatía
que un pulpo en un garaje, han ido consiguiendo los puestos de poder en las
empresas.
Esto es un mal que ha durado
muchos años, posiblemente algún que otro siglo, en cualquier lugar del planeta.
Esto no es algo atípico, ya que es
valorada la competitividad y el “pisoteo” hacia otros con más escrúpulos, ya
que hasta hace bien poco estamos en una sociedad basada en que el que más
insulta es el rey del cotarro.
Pero esto no sólo pasa en el mundo
laboral, ya que constantemente lo vemos en el ambiente político. Por extraños
designios ilógicos, no se valora la capacidad del político de gestión ni en la
pureza de su ideología, sino en su habilidad a la hora de conspirar, crear
alianzas, corromper y llegado el caso, traicionar a quien sea necesario con el
fin de alcanzar el poder.
Éste es el lado oscuro
del talento político.
Y en Españistán es donde más se da…
casi exclusivamente.
Y no solo eso, en este
lugar “paradisíaco”, han creado sus propias reglas de funcionamiento, por ello el mediocre, el estúpido, el ridículo y el
incapacitado parte con ventaja en su carrera hacia el poder.
Pero volvamos a la parte laboral.
Jefes sin carisma, sin estudios
adecuados o, si los tienen, del nivel no correcto para su puesto, ni talento
alguno por el que se le pueda conceder la duda razonable, con una vocación por la irresponsabilidad y el desprecio hacia el cargo que ostentan, con su única
motivación de la de ganar más y más dinero. En definitiva, personajes lamentables
que no saben ni ser ni estar y que no merecen ni la más mínima mención en el
sector en el que están.
En otros países, estos “jefes” no
ostentarían más que el cargo de “el último de la fila”, una existencia anodina
y gris, imperceptible para el devenir del resto de la oficina,
engullidos por la marea de compañeros con talento, por mínimo que sea, y con el
temor constante de ser despedidos.
Justo lo contrario de lo que pasa
en Españistán.
Con la llegada del confinamiento,
muchos de estos “jefes”, mediocres ellos, han creído que con el trabajo remoto
de sus empleados (que no colaboradores), el salir por las pantallas a modo de ex
presidente en pantalla de plasma, les iba a dar mayor carisma y credibilidad
ente sus vasallos. Con el trabajo remoto se ha evidenciado aun más el carácter acomplejado,
no muy lúcido y sin personalidad de estos “lideres” de equipo y/o departamento, que se
ocultan tras pantallas de los ordenadores, con el fin de no evidenciar su
incapacidad de responsabilidad ante los posibles problemas que pueden surgir
durante el confinamiento.
¿Qué extraños mecanismos llevan al
poder a los mediocres y a los necios?
LA RECOMPENSA
DEL MEDIOCRE
Por alguna razón, digna de un
análisis profundo, la sociedad españistán tiende, por naturaleza, a premiar al
bruto, al cretino, al zafio que ante todo exhibe la más absoluta ignorancia.
Esto no es nuevo ya que Valle
Inclán desde finales del S. XIX, denunció está práctica en Españistán, el que
debe ser el único país del mundo occidental que recompensa, y celebra, la ignorancia
ajena elevandola a la categoría de virtud nacional.
Pero no sólo vamos a peor, si no
que estamos en un país que además premia con sueldos espectaculares a una
cantidad ingente de los peores mediocres, majaderos, sinvergüenzas, botarates y timadores
de baja estofa, ganándose la vida gracias a su deformidad
psicológica en las televisiones, ya que están repletos de programas lastimeros
de insultos, faltas de respeto y mentiras por doquier. Un "buen ejemplo" para las nuevas generaciones.
¿POR QUÉ EN
ESPAÑISTÁN SE PREMIA LA MEDIOCRIDAD Y LA ESTUPIDEZ?
La sociedad de Españistán, por extraños
procesos sociales, tienen tendencia a no valorar los talentos y a
despreciarlos, por lo que la inmensa mayoría de los padres no incentivan a los
hijos para que sean mejores que ellos, sino todo lo contrario, los incentivan a
que sean iguales que ellos, en el mejor de los casos.
Algo que que podemos considerar ya arraigado en nuestro ADN.
El “ADN cultural” españistán lleva
incorporada la promoción de la ignorancia personal y el envilecimiento voluntario.
Dicho en otras palabras, el españistán de a pie tiene la tendencia cultural a menospreciarse como individuo, hasta el punto de tener una visión deformada de sí mismo y de los demás, a creerse que son otra cosa diferente a lo que realmente son; el poco inteligente se considera mejor que todo el que le rodea, el inteligente se cree poca cosa y que debe obedecer al que le falta el respeto.
Este ADN
cultural es el que premia la mediocridad y la estupidez.
Para la
sociedad de españistán, es preferible culpar a otro, antes que reconocer el
error propio y la estupidez.
Esto es lo que se denomina, no tener
dignidad.
¿Por qué el mediocre no tiene
dignidad?, porque les resulta mucho más cómodo y fácil aceptar la propia bajeza
como algo natural, inherente e inevitable, implica no tener que esforzarse en
absoluto ante uno mismo.
Éste “sistema de supervivencia” es
la clave sobre el que se asienta todo este mecanismo mental, que por razones
culturales, ha corrompido la mente de demasiados españistanes.
LA LUCHA DEL
MEDIOCRE
Los mediocres lo último que quiere
ver es a alguien con dignidad pues hace que se les denote su propia bajeza.
Por ello una mayoría de
españistanes con evidentes síntomas de mediocridad, tienden a celebrar la
vulgaridad, la zafiedad y la idiotez ante las más variopintas absurdidades.
Esto lo hemos visto recientemente por TV, en celebraciones multitudinarias sin
máscara ni distancia social de 1’5mts. Y lo peor, como en una fiesta de
cumpleaños de un conocido, con más de 50 asistentes, que encima se vanagloriaba de que la policía ni se
había enterado de ella.
La lucha de los mediocres para que
su sandez sea lo correcto, llega a la cúspide de la zafiedad y estupidez el
promover que se castigue al digno, al decente, al capacitado, al inteligente y
al talentoso.
Y para ello utilizan su deporte
nacional favorito: la envidia.
Pero es la envidia tradicional de “tu
tienes, yo no tengo”, sino de “Tu eres,
yo no soy”.
Una envidia que nace del bajísimo nivel
de dignidad y conciencia de sí mismo, tan incapaz de aceptar sus propios
defectos, de reconocer su irresponsabilidad y errores, de perdonarse a sí
mismo, que intenta eliminar la virtud de los dejan en evidencia, de forma
involuntaria, su bajeza.
POST-CONFINAMIENTO
A raíz del confinamiento, estos mediocres
han empezado a ver como su paraíso empieza a ser un espejismo, ya que al poner
en marcha el mal llamado teletrabajo, se ha evidenciado su ineptitud como
conocedores de la tecnología, de los procesos de equipos de trabajo y de tener
que facilitar los recursos necesarios para el trabajo.
Se está evidenciando que al
trabajar fuera del yugo de los jefes mediocres, el trabajador empieza a tener
iniciativa, a ser innovador y a trabajar productivamente.
Pero esto es lo que tiene el
teletrabajo… ¿no?
Si, pero lo peor de esto es que
estos jefes mediocre no han permitido que sus colaboradores realicen
teletrabajo, sino el trabajo remoto más básico, de forma totalmente dependiente.
Pero los teletrabajadores, al no
tener la tensión directa en su cogote, han empezado a dar más de si de lo que
estos jefes les cohibían.
Y por ello, ante la nueva ley del
teletrabajo que está el gobierno negociando, le tiene pánico, ya que evidenciará más su incompetencia y su mal hacer.
¿Cómo terminará esto?
Papá Vader ha decidido sentarse a
comer palomitas, para ver el final del desenlace, que tiene pinta de ir en
dirección diferente a la que los mediocres desean que vaya.
Ñam, ñam, que ricas que están las
palomitas.